No pueden irse por tierra, ni por agua.
Ya solo tienen la puerta azul del aire... Si el “Cerro de la Gloria” les mandara algún cóndor...
Ocupan una posición estratégica y esperan la llegada del enemigo. Disponen de quinientos proyectiles. Van a combatir mientras quede un cartucho y después, una culata por astillar y luego a zarpazas.
No pronuncian palabra. Ni estrechan las manos. Ni se miran. El seis de septiembre de prometieron una buena muerte. Ella está por llegar. Eso es todo. Son viejos amigos. De su mano huesuda pasearon por crestas que hervían, sobre puentes colgantes entre dos audacias o enredados en el ovillo de un potro. Jugaban entonces. Hoy, hombres serios, la esperan dignamente. Pisan buen terreno. Hay troncos cerca donde hacer espalda, para “caer paraos”. Es bella la mañana. Tranquila como sus conciencias. Caliente.
Fruto maduro de un noble árbol argentino. Los Kennedy darán su semilla a los pájaros para que la lleven por todo el país. Como son muchos los enemigos, está asegurada la siembra.
Pero Papaleo se ha cansado. Cree inútil luchar contra un ejército...
Insinúa la conveniencia de entregarse.
En mala hora habló. Eduardo Kennedy salta:
- “Yo no me rindo”.
Sus hermanos le tranquilizaban:
- “Pero claro! Quién piensa en entregarse?”
Y Roberto Kennedy el de perfil afilado y pupilas húmedas, echa a broma el asunto. Es oportuno un chiste. Ya habrá tiempo para ponerse graves cuando la situación se torne difícil. Por ahora tienen cuatrocientos enemigos apenas, y alguno cañones; más están a dos cuadras todavía; aún disponen de un pedazo de cielo tranquilo y unas varas de tierra natal...
- “Está bien”, dice – “Pero si quieren que pelee, tráiganme agua”. Ríen. El Paranacito corre a cien metros. Tropas de marina y lanchones artillados erizan la costa. He ahí el “pequeño” inconveniente.
Además la muerte va a llegar pronto con el cántaro.
Papaleo continúa sombrío.
Los revolucionarios están tendidos en un reducto muy débil. No es siquiera un Escondite. Apenas la tropa avance, los descubre.
Callan. Envuelven sus cabezas en el silencio como en una clámide y piensan... Pasa la ronda de los años. La lección de moral cívica que aprendieron en clase y repasaron en el hogar van a decir ahora por última vez. Varía la forma; pero el concepto permanece fijo: el pueblo está sobre el gobernante y la ley sobre el pueblo.
Después evocan a sus familiares. No son profesionales del valor inútil. Ni caudillejos que roban una urna. Ni suicidas. Son caballeros argentinos. El bisturí de un abuelo y la espada del otro, aceraron sus voluntades. Aman la vida. Entran a esa fiesta con una flor de ceibo en la solapa del frac. Sienten la música de los pianos y de la palabra. Poseen gracia criolla clarificada en nobles lecturas.Danzan con mujercitas rubias nuestro tango trigueño.
Muchas veces toman un vapor lujoso y se van a buscar libros y saudades a París.
Ya solo tienen la puerta azul del aire... Si el “Cerro de la Gloria” les mandara algún cóndor...
Ocupan una posición estratégica y esperan la llegada del enemigo. Disponen de quinientos proyectiles. Van a combatir mientras quede un cartucho y después, una culata por astillar y luego a zarpazas.
No pronuncian palabra. Ni estrechan las manos. Ni se miran. El seis de septiembre de prometieron una buena muerte. Ella está por llegar. Eso es todo. Son viejos amigos. De su mano huesuda pasearon por crestas que hervían, sobre puentes colgantes entre dos audacias o enredados en el ovillo de un potro. Jugaban entonces. Hoy, hombres serios, la esperan dignamente. Pisan buen terreno. Hay troncos cerca donde hacer espalda, para “caer paraos”. Es bella la mañana. Tranquila como sus conciencias. Caliente.
Fruto maduro de un noble árbol argentino. Los Kennedy darán su semilla a los pájaros para que la lleven por todo el país. Como son muchos los enemigos, está asegurada la siembra.
Pero Papaleo se ha cansado. Cree inútil luchar contra un ejército...
Insinúa la conveniencia de entregarse.
En mala hora habló. Eduardo Kennedy salta:
- “Yo no me rindo”.
Sus hermanos le tranquilizaban:
- “Pero claro! Quién piensa en entregarse?”
Y Roberto Kennedy el de perfil afilado y pupilas húmedas, echa a broma el asunto. Es oportuno un chiste. Ya habrá tiempo para ponerse graves cuando la situación se torne difícil. Por ahora tienen cuatrocientos enemigos apenas, y alguno cañones; más están a dos cuadras todavía; aún disponen de un pedazo de cielo tranquilo y unas varas de tierra natal...
- “Está bien”, dice – “Pero si quieren que pelee, tráiganme agua”. Ríen. El Paranacito corre a cien metros. Tropas de marina y lanchones artillados erizan la costa. He ahí el “pequeño” inconveniente.
Además la muerte va a llegar pronto con el cántaro.
Papaleo continúa sombrío.
Los revolucionarios están tendidos en un reducto muy débil. No es siquiera un Escondite. Apenas la tropa avance, los descubre.
Callan. Envuelven sus cabezas en el silencio como en una clámide y piensan... Pasa la ronda de los años. La lección de moral cívica que aprendieron en clase y repasaron en el hogar van a decir ahora por última vez. Varía la forma; pero el concepto permanece fijo: el pueblo está sobre el gobernante y la ley sobre el pueblo.
Después evocan a sus familiares. No son profesionales del valor inútil. Ni caudillejos que roban una urna. Ni suicidas. Son caballeros argentinos. El bisturí de un abuelo y la espada del otro, aceraron sus voluntades. Aman la vida. Entran a esa fiesta con una flor de ceibo en la solapa del frac. Sienten la música de los pianos y de la palabra. Poseen gracia criolla clarificada en nobles lecturas.Danzan con mujercitas rubias nuestro tango trigueño.
Muchas veces toman un vapor lujoso y se van a buscar libros y saudades a París.
(continuará)
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