Encuentran un monte: quebrachos macizos de “añapindá”- No hay senderos. El malezal, erizado de espinas curvas, rampante ocupa el peso. Desafía.
A ciegas los Kennedy cierran contra el nuevo enemigo, quien contraataca con uñas y dientes. Las garras, rasguñan los rostros. Hacen presa en las ropas. Muerden. Enganchan. No sueltan. Es preciso arrancarlas a tirones y atraer de ese modo toda la rama con veinte garfas tenaces. Solo se retiran con un jirón de piel o de tela...- “Vamos a salir desnudos de aquí” – protesta Roberto.
- “La cuestión es salir; no importa como!” – responde Mario.
Mientras Eduardo alivia sus dolores con el remedio heroico de cien picaduras.
Es un verdadero combate. El “añapindá” quiere aprisionarles. Mueve tentáculos con mil ventosas que suben, se enroscan; paralizan, desesperan.
Se les ocurre que el campo a quien domaron para sacar un amigo, como de los potros se saca, está contra ellos. Pero enseguida el optimismo sale del eclipse; es Entre Ríos, que pone a prueba el filo de sus Kennedy. Secan el sudor y la sangre. Ya deben estar en el corazón del quebrachal. Levantan a una el arriete . . . y en ese trance, Roberto murmura al oído del guía:
- “Has extraviado el rumbo, Mario. Te has venido a la boca del lobo. Esto ha de estar lleno de soldados... No sientes ese molino?”
- “Es el del zarco” – agrega Roberto
Hace horas dejaron un quebrachal con “añandipá” y un molino. Anduvieron en la noche, por un silencio igual, entre un peligro igual y entre un quebrachal con “añandipá” y un molino.
¿Han vuelto al punto de partida?
Aquí es donde la confusión espera a Mario Kennedy. Tendió esa tela espinosa para envolverle en ella. Si mira hacia fuera está perdido; este molino resulta aquél: la bruja es quien golpea con el palo. El Naciente se corrió al Sur. Como busque su estrella, una luciérnaga se prende para desorientarle.
Pero Mario descarta los sentidos, cristales que el aliento afanoso siempre enturbia.
No sale. Entra! A la luz de su lámpara tranquila rectifica el punto y contesta:
- “El molino del zarco está a dos leguas de distancia. Además, aquél funciona bien. Tengo completa seguridad del rumbo que traigo. Estas son las puntas del quebrachal. Dentro de breves momentos llegaremos a la puerta colorada”
Soportan nuevos rasguños. Salen al campo abierto.
Y a los veinte minutos de marcha cautelosa, alcanzan la portera.
A ciegas los Kennedy cierran contra el nuevo enemigo, quien contraataca con uñas y dientes. Las garras, rasguñan los rostros. Hacen presa en las ropas. Muerden. Enganchan. No sueltan. Es preciso arrancarlas a tirones y atraer de ese modo toda la rama con veinte garfas tenaces. Solo se retiran con un jirón de piel o de tela...- “Vamos a salir desnudos de aquí” – protesta Roberto.
- “La cuestión es salir; no importa como!” – responde Mario.
Mientras Eduardo alivia sus dolores con el remedio heroico de cien picaduras.
Es un verdadero combate. El “añapindá” quiere aprisionarles. Mueve tentáculos con mil ventosas que suben, se enroscan; paralizan, desesperan.
Se les ocurre que el campo a quien domaron para sacar un amigo, como de los potros se saca, está contra ellos. Pero enseguida el optimismo sale del eclipse; es Entre Ríos, que pone a prueba el filo de sus Kennedy. Secan el sudor y la sangre. Ya deben estar en el corazón del quebrachal. Levantan a una el arriete . . . y en ese trance, Roberto murmura al oído del guía:
- “Has extraviado el rumbo, Mario. Te has venido a la boca del lobo. Esto ha de estar lleno de soldados... No sientes ese molino?”
- “Es el del zarco” – agrega Roberto
Hace horas dejaron un quebrachal con “añandipá” y un molino. Anduvieron en la noche, por un silencio igual, entre un peligro igual y entre un quebrachal con “añandipá” y un molino.
¿Han vuelto al punto de partida?
Aquí es donde la confusión espera a Mario Kennedy. Tendió esa tela espinosa para envolverle en ella. Si mira hacia fuera está perdido; este molino resulta aquél: la bruja es quien golpea con el palo. El Naciente se corrió al Sur. Como busque su estrella, una luciérnaga se prende para desorientarle.
Pero Mario descarta los sentidos, cristales que el aliento afanoso siempre enturbia.
No sale. Entra! A la luz de su lámpara tranquila rectifica el punto y contesta:
- “El molino del zarco está a dos leguas de distancia. Además, aquél funciona bien. Tengo completa seguridad del rumbo que traigo. Estas son las puntas del quebrachal. Dentro de breves momentos llegaremos a la puerta colorada”
Soportan nuevos rasguños. Salen al campo abierto.
Y a los veinte minutos de marcha cautelosa, alcanzan la portera.
(continuará)
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